Publicado el 08/05/2025
EL PODER DEL FALOEl falo es como el cetro del rey, un símbolo de poder y dignidad. Quien controle el falo, controla a los demás.
Aquí, el poder no se pide. Se lleva puesto.
El arnés no es un simple juguete: es una declaración de autoridad, una corona colocada entre las piernas. Y cuando una lo empuña, las demás se rinden, se arrodillan, adoran.
No se trata solo de dominación física, sino de presencia, de energía, de quién manda.
Una mujer con el falo tiene la palabra, el ritmo y la última decisión.
Y las otras lo saben.
Bienvenidas a la falocracia.
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- Claro jefe, estoy trabajando en ello. Lo tendrá el lunes sin falta sobre su mesa.
Publicado el 08/05/2025
ARDERAS EN EL INFIERNOdavid
El infierno no es un lugar. Es una idea. Una de las más potentes que hemos creado jamás.
El infierno no está bajo tierra. No hay pruebas, no hay mapas, no hay coordenadas. Y sin embargo, ha vivido en nuestras cabezas durante milenios. En forma de fuego, de castigo eterno, de gritos, de oscuridad, de almas cayendo al vacío sin fin. Un abismo para los que se desvían del camino.
¿Pero de dónde viene todo esto? ¿Por qué los humanos necesitaban imaginar un sitio tan jodidamente aterrador?
En las primeras religiones ya había nociones de "lugares oscuros" a los que iban los muertos. En Sumeria, el inframundo era gris y sin retorno. En la mitología griega, el Tártaro esperaba a los peores. Pero fue con las religiones monoteístas —sobre todo con el cristianismo— cuando el infierno se convirtió en una auténtica maquinaria del miedo.
A nivel teológico, nació como respuesta: si existe un Dios justo y bueno, tiene que haber consecuencias para quienes hacen el mal. Si hay cielo, tiene que haber infierno. Blanco y negro. Premio y castigo. Pero lo que empezó siendo un concepto de justicia divina, pronto se transformó en una herramienta de control: obedece o arderás.
Durante siglos, el infierno fue una forma de moldear conductas. Para los poderosos, una excusa para mantener el orden. Para los artistas, un lienzo para representar el caos. Para los creyentes, un lugar que querían evitar a toda costa. Y para muchos, simplemente una forma de dar sentido al dolor, a la culpa, al miedo.
Porque eso es, al final, el infierno: el reflejo de nuestros mayores temores. El miedo a fallar. A hacer daño. A no ser suficiente. A no ser perdonado. Y esa es su fuerza: no necesita existir para hacernos temblar.
Hoy, siglos después, seguimos representándolo con fuego, con demonios, con almas arrastradas al abismo. No porque creamos en él literalmente, sino porque todos sabemos lo que es arder por dentro.
Los vídeos que estás a punto de ver, creados todos por IA, no pretenden convencerte de que existe. Solo te recuerdan que, aunque el infierno no sea real, el miedo a él sí lo es.
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Si al igual que las empresas eligen "al empleado del mes", yo tuviera que elegir "las tetas del día", las ganadoras de hoy serían estas.